Iluminar el futuro de una Cuba mejor

Es bien difícil recoger la vida de un país en una norma jurídica, mucho más si se propone vislumbrar el futuro de una forma más inclusiva, sin discriminaciones de ningún tipo. También resulta ardua la tarea de conciliar y tener en cuenta a todas y cada una de las personas, con su diversidad de criterios y puntos de vista, no siempre ni necesariamente coincidentes.

Todo ello, y aún más, pretende el nuevo Código de las Familias en Cuba; ese proyecto de ley que, en su versión 24, se somete a consulta popular desde el 1.o de febrero, como parte de un proceso democrático que se extenderá hasta el 30 de abril. Una vez actualizado con la opinión del pueblo, será sometido a referendo, tal y como establece la Constitución de la República en su disposición transitoria decimoprimera.

La propia Ley de Leyes, en sus artículos 81 y 82, defiende dos principios sustantivos recogidos en el Código de las Familias: la pluralidad familiar, que abre un espacio para otros modelos de pareja, pues reconoce «la unión voluntariamente concertada de dos personas con aptitud legal para ello, a fin de hacer vida en común sobre la base del afecto y el amor», y distingue el afecto como la base en las relaciones establecidas entre los distintos tipos de familias.

 

Estos principios, como afirman reconocidos juristas cubanos, sobrepasan, incluso, las novedosas tendencias del «neoconstitucionalismo latinoamericano».

De ahí que Miguel Barnet, escritor y diputado al Parlamento cubano, lo haya denominado, con justeza y bellas palabras, el «Código del Amor». Por ello, y porque, además, en sus 471 artículos —agrupados en secciones y capítulos que conforman los 11 títulos— defiende derechos inalienables de los ciudadanos, tales como: constituir una familia; que se respete el libre desarrollo de la personalidad, la intimidad y el proyecto de vida personal y familiar, y que nuestras niñas, niños y adolescentes crezcan en un entorno familiar de felicidad, amor y comprensión.

Igualmente, porque también defiende una vida familiar libre de discriminación y violencia en cualesquiera de sus manifestaciones, y potencia una armónica y estrecha comunicación entre las abuelas, abuelos, otros parientes, personas afectivamente cercanas y las niñas, los niños y adolescentes, entre tantos otros derechos.

¿Quién de nosotros no desea todo eso para nuestra familia, allegados, amigos y vecinos? ¿Qué cubano no aspira a que todos seamos felices, más allá de orientación sexual, creencia política o religiosa, y podamos vivir en armonía y desarrollo pleno de nuestras capacidades, sin discriminación alguna?

Creo que en eso todos coincidimos. De ahí la conveniencia de detenernos a examinar, desde la perspectiva de la tolerancia y el respeto a la diversidad, lo concerniente a este Código de las Familias —con s, en plural—, el cual actualiza y da contemporaneidad al aprobado hace 47 años en correspondencia con la realidad de ese momento, la cual ha cambiado considerablemente.

No me parece necesario tener los conocimientos de un jurista para aportar criterios enriquecedores, por lo que resulta medular que se discuta en los barrios, con la presencia de dos expertos juristas para esclarecer dudas.

Tampoco debemos reducir el Código de las Familias a lo relacionado al matrimonio igualitario ni asumir la falsa creencia de que, al modernizar el término de «patria potestad» y usar el de «responsabilidad parental» —más a tono con las tendencias jurídicas actuales—, los padres pierden el derecho sobre sus hijos, pues sucede todo lo contrario: esos deberes y obligaciones se refuerzan.

 

Nunca deberá olvidarse que esa falsa creencia llevó, en los años 60 del pasado siglo, a que se cometiera una de las acciones más perversas, monstruosas e inhumanas de la guerra psicológica contra Cuba: la Operación Peter Pan. Mediante la mentira y la manipulación, sacaron del país, de forma clandestina, a más de 14 000 niños de entre 6 y 12 años, completamente solos, sin acompañantes y en total desamparo.

Sería también peligroso azuzar las divergencias de criterios para fracturar la unidad del pueblo, para dividirnos entre los que apoyan el nuevo Código y los que se oponen. Situación que, lejos de beneficiarnos, nos dañaría como nación.

Podemos discrepar, no coincidir en uno u otro aspecto; pero no debemos estigmatizarlo y rechazarlo en su totalidad, máxime, si no lo hemos leído y estudiado a fondo. Aunque no exista total disponibilidad de los tabloides impresos ni todos los villaclareños tengan acceso a las tecnologías de la información para poder descargarlo al teléfono celular, sí podemos informarnos mejor por vías fidedignas para formarnos una visión más amplia e inclusiva al respecto.

Sin tabúes ni estereotipos y prejuicios patriarcales, acerquémonos a esta norma jurídica. Sin dudas, una de las más abarcadoras y revolucionarias de los últimos años y que vislumbra la Cuba del mañana.

Como afirmara la colega de Vanguardia, Mónica Sardiña, en el reportaje «Todas las familias en un código»: «Con un tratamiento exhaustivo y moderno a la adopción, la reproducción asistida, la responsabilidad parental, la labor de los cuidadores, la violencia intrafamiliar, entre otros temas, el texto ilumina realidades que han permanecido históricamente en penumbras, tal como merece nuestra sociedad diversa. Hagamos del diálogo un proceso igual de luminoso, inclusivo y justo».

Seamos respetuosos con la otredad y con nosotros mismos. El propio José Martí nos lo aconsejaba: «La familia unida por las semejanzas de las almas, es más sólida y me es más querida que la familia unida por las comunidades de sangre».

 

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