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Responsabilidad parental 2.0

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redes infantiles

(Ilustración: Alfredo Martirena)

Entre tantas novedades, el proyecto de ley del Código de las Familias reconoce el derecho de la infancia y la adolescencia a un entorno digital seguro, acorde con su autonomía progresiva y libre de discriminación y violencia.

«Nunca le daríamos a un menor un coche sin carné de conducir para que fuera a 200 km/h por la carretera y, sin embargo, les damos unos terminales de última generación para que vayan a toda velocidad por esa carretera virtual que es Internet y las redes sociales; sin un curso, sin carné para manejarse y sin que nadie les acompañe en el camino». Así ilustró tan polémico tema la española Esther Arén Vidal, en su artículo «El niño y las nuevas tecnologías: luces y sombras».

Cuando se hizo público el proyecto de ley del Código de las Familias en Cuba, no tardó en desatarse una campaña desde las redes sociales hasta los debates físicos informales sobre la autonomía progresiva y la posibilidad de que los niños hicieran «lo que les diera la gana»; otro intento de emborronar un texto jurídico respaldado por el conocimiento de especialistas de múltiples ramas del saber y modificado 23 veces.

No obstante, muchos de los padres preocupados por semejante «exceso de libertad», olvidan normas elementales de crianza y educación cuando sumergen a sus hijos en una pantalla, ya sea como mecanismo tranquilizador, solución a una perreta o competencia con el resto del grupo. La mayoría ignora lo que entra en ese cerebro inocente y el efecto que causa en su desarrollo.

Si queremos otra razón de cuánto necesitamos el nuevo Código de las Familias y cuán cercano a nuestra realidad está el proyecto que se somete a consulta popular, echemos un vistazo a los artículos 143 y 144.

El primero establece que los titulares de la responsabilidad parental deben velar por que las niñas, niños y adolescentes disfruten de un entorno digital en el que estén protegidos ante contenidos que puedan perjudicar su desarrollo físico, mental o ético, o ante actos de violencia, en cualquiera de sus manifestaciones.

En el glosario de términos se define como entorno digital el ambiente o lugar donde el niño, niña o adolescente desenvuelve su vida, interconectado con redes sociales y demás tecnologías de la información. Es decir, los padres deben ejercer los derechos y deberes inherentes a la asistencia, educación y cuidado de sus hijos, tanto en escenarios físicos como virtuales.

Por otro lado, el artículo 144 orienta a los titulares de la responsabilidad parental velar por que la presencia de la hija o el hijo menor de edad en entornos digitales sea apropiada a su capacidad y autonomía progresiva, y que haga un uso equilibrado y responsable de estos dispositivos para garantizar el adecuado desarrollo de su personalidad y preservar su dignidad y derechos.

El propio documento los autoriza a promover medidas razonables y oportunas ante los prestadores de servicios digitales, incluso, instarlos a suspender provisionalmente o cancelar el acceso de su hija o hijo a sus cuentas activas, cuando exista un riesgo para su salud física o psíquica.

Asimismo, deben evitar exponer en los medios digitales información concerniente a la intimidad y la identidad de las niñas, los niños y adolescentes sin el consentimiento de estos, de acuerdo con su capacidad y autonomía progresiva, como garantía de la integridad de sus datos personales y el derecho a la imagen.

¿De qué sirve no permitirles salir de la casa y socializar con otros niños para «cuidarlos» si ponemos a disposición de extraños —con buenas, regulares o malas intenciones— toda la rutina infantil, los hipersexualizamos con atuendos de adultos sin escuchar que no se sienten cómodos, o confiamos en que ellos saben lo que hacen, cuando no tenemos total conciencia de lo que se oculta detrás de una red social?

Una vez más se siente la urgencia de una alfabetización digital que inculque en los adultos el consumo racional de los contenidos, para que luego sean capaces de regular el acceso de sus hijos al ciberespacio, en apariencia, incontrolable. No puede tardar más una educación que dote de herramientas digitales efectivas para explotar todos los beneficios de las tecnologías, que no son pocos, así como medidas de prevención y protección ante los perjuicios, que tampoco escasean.

No hay razón para rehuir del criterio de un especialista sobre temáticas que nos dejan obsoletos o analógicos en un abrir y cerrar de ojos, porque el bienestar de niñas, niños y adolescentes siempre será más importante y duradero que el laberinto interconectado que los envuelve.

Tomado de Vanguardia

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