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Ya nadie podrá mirarnos jamás por encima del hombro

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No puedo decir que siempre sentí orgullo de mi origen campesino, tan vilipendiada fue siempre esa clase social que hasta mi padre me incitaba a estudiar para que no tuviera que ganarme la vida detrás de los bueyes y el arado. Le hice caso, pero al final, he echado mi vida para mi orgullo, en relación directa con el campesinado. De aquellos primeros años recuerdo las tierras arenosas convertidas en manantiales de comida que se vendían a precios hoy risibles, y el ambiente solidario en que tras el grito del puerco de un vecino podías esperar una fuente de carne regalada. Estudiar me permitió imaginar aquella escena en que Niceto Pérez caía asesinado un 17 de mayo, 10 años después de la primera victoria campesina contra el desalojo en Realengo 18 al grito de Tierra o Sangre. Esa fecha está en el alma de nuestros hombres y mujeres del campo, porque Fidel la escogió para firmar la primera ley de reforma agraria en plena Sierra Maestra en 1959 y cumplir la promesa de la tierra hecha en el juicio del Moncada, y 2 años después fundó la ANAP, donde se asociaron nuestros agricultores, que en realidad no son pequeños sino gigantes morales por su inestimable aporte.

Cesdar

Los campesinos nunca le fallaron al pueblo. Podría afirmarse que hoy sin ellos ni siquiera existiría comercialización de productos agrícolas, aun cuando se pasan la vida implorando al cielo que deje caer la lluvia por la falta de riego, o soñando poder tener acceso aunque sea al petróleo para roturar la tierra. A pocos afecta más el bloqueo que a nuestros productores agrícolas. Ya no son por suerte aquellos campesinos que en mi niñez se conformaban con aplicar año atrás año en la finca lo que habían aprendido de sus progenitores, hoy nuestros campos se han inundado de ingenieros, técnicos, personas con otro nivel de preparación que les permite asimilar los conocimientos científicos y llevarlos al surco. Y hay una vanguardia por supuesto a la que jamás verás usar una semilla de mala calidad porque significaría perder desde el día de la siembra la mitad de la cosecha. Ya quisiera ver a nuestro campesinado con riego y con insumos, con tractores y petróleo… lo demás se mantiene, el espíritu infatigable que no sabe de horarios y el solidario, porque sus donaciones de alimentos lo mismo la reciben los niños del hospital infantil de Santa Clara que los damnificados de Matanzas o de Pinar del Río. Hoy siento más orgullo que nunca de venir de la clase campesina, solidaria, laboriosa y leal. Y con el orgullo adicional de saber que gracias a Fidel, ya nadie podrá mirarnos jamás, por encima del hombro.

 

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