Despierto cada madrugada en busca de la mejor noticia para tratar de evitar acoplarme al coro de amarguras de los que siempre ven el vaso medio vacío. Y yo sé que es difícil verlo medio lleno cuando sumas los ingresos y los precios y no encontrarás jamás correspondencia mientras la cocina te recuerda cada día que los alimentos están deficitarios. Pero al menos me alegra comprobar como en cuestión de semanas bajan los precios de los frijoles y el tomate como un cordial recordatorio de que solo produciendo podemos resolver definitivamente nuestro principal problema. Incluso para el consumidor por la diferencia de precios y de costos resulta provechoso producirlo aquí sin esperar que la solución llegue a través de importaciones de mipymes. Más conveniente sería que importaran el fertilizante y demás insumos que demanda nuestra agricultura. Y aunque sea prematuro dar saltos de alegría, podemos comprobar por el derrame informativo al que tenemos acceso en las redes sociales, que en Villa Clara el frijol es más barato que en el resto de las provincias, algunas incluso con nuestro precio casi duplicado. Lo que realmente me alegraría más es la adopción de medidas que hagan más homogéneos los precios en todo el país, porque los salarios son similares. Y por supuesto estimular la producción en todos los territorios de todo lo que sus suelos sean capaces de producir.
A quienes sin embargo solo ven el incremento de la producción como la única vía para bajar precios les hablo con ejemplos concretos para tratar de desmontar un pensamiento anquilosado que no cede aunque vean los aguacates podridos encimas de las carretillas a más de doscientos pesos. El jueves anterior compré una libra de tomates a 150 pesos en el llamado Paseo de la Paz, y un día después, el viernes, nuestra empresa estatal de Acopio, estropeada y enflaquecida tras la implementación de la nueva política de comercialización de productos agrícolas, puso el tomate a 70 pesos la libra en los siete mercados que hoy atiende en Santa Clara. Por razones como esta, seguiré defendiendo el papel protagónico de la empresa estatal socialista que no está libre de pecados pero es más generosa con el prójimo que aquellos que solo tienen en la ganancia el sentido de sus vidas y ni el ruego de un anciano sin dinero les sacude el alma.
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